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UNA EXCELENTE OPINIÓN DE ORLANDO BARONE
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UNA EXCELENTE OPINIÓN DE ORLANDO BARONE
POLITICA // OPINIÓN
“Moyanito” no quiso seguir celebrando con nosotros
Orlando Barone // Martes 07 de febrero de 2012 | 18:11
Comentá primero!
Para retratar a “Moyanito” con justicia, no hay que limitarlo solamente a su mala actuación aquella vez que casi nos hizo perder el partido y se fue puteando de la cancha. Sería injusto caerle por esa triste contradicción al que más hacía por ganar los partidos interbarriales. Moyanito- no sé si se llamaba Germán, o qué otro nombre- jugaba para otro equipo de fútbol de atrás de las vías. Equipo de hijos de obreros textiles y de la fábrica de caños Silbert, que se diferenciaba de nuestro equipo en que éramos hijos de empleados bancarios , de Luz y Fuerza, o de dueños de tornerías, y que nunca jugábamos descalzos; como sí jugaba a veces Moyanito que tenía en las plantas de los pies una sobresuela digna de Grimoldi.
Al fútbol, lo que se dice fútbol, Moyanito no jugaba: luchaba, corría, sudaba. Puteaba. Y en ese loco afán te daba bien abajo en los tobillos. Para mí él infundía respeto, para otros miedo; aunque lo de miedo pocos querían reconocerlo. Él jamás entendería el tiki tiki aunque entonces no existía, pero sí existía querer jugar como la máquina de Ríver. Cuando Ríver era una máquina y aún no había llegado a carretilla.
Lo cierto es que el equipo de Moyanito nos ganaba siempre. Su pegada con pelota parada era tan mortal que le decían Bernabé; y si fuera por como les hacía zancadillas a los rivales un milímetro afuera del área le hubieran llamado “Comisario” o “Hacha Brava”, apodos que se usaron años después.
Moyanito era una leyenda del fútbol, aunque más que jugar al fútbol lo sufría. Su leyenda era fundada. Su equipo no era el mejor pero ganaba. Y como era de nuestro mismo barrio su leyenda nos concernía. Fue al padre de nuestro jugador estratega –Lito el cinco, el multipuesto- al que se le ocurrió formar un seleccionado mixto entre los de atrás de las vías y los de adelante, nosotros. El padre de Lito quería formar un Barcelona contando con el equipo de su hijo y, de ellos, solo a Moyanito y algún otro como suplente. Lo hizo y así sí punteamos un campeonato invictos hasta el último partido; la final contra un equipo armado en el cual se lucían algunos que integraban las inferiores de Excursionistas y Defensores de Belgrano. Tenían más hándicap que el de un equipo de polo argentino comparado al de uno de Dubai. El padre de Lito, me acuerdo, alentó y le agradeció a Moyanito toda la garra que había puesto y ese gol de media cancha de tiro libre con el que nos había hecho ganar un partido empatado en cero, que si íbamos a penales hubiéramos perdido: porque nuestro arquero era tan petiso que si se las ponían por arriba las contemplaba desde abajo. Ahí, en esa final, fue donde Moyanito fue perdiendo su leyenda. Su naturaleza lo pudo, y él nunca pudo ser Moyano y se quedó en el diminutivo. Seguramente daba patadas hasta en el sueño y pedirle que se adaptara a la estrategia era pedirle que no soñara. Y por más que se le dijera que el referí era muy severo con las faltas, que no había que escupir a los rivales porque los organizadores ya estaban sobre aviso, Moyanito no pudo traicionarse a si mismo. Dio patadas, planchazos, usó codos y rodillas, porque así devolvía y vengaba la de los enemigos que eran brutales. Pero ya no hacían falta porque nuestro equipo, jugando limpio, estaba jugando fenómeno. Al tercer foul que dejó tirado al capitán de los contrarios, un duro espamentoso de country cuyo padre tenía auto, Moyanito ya estaba para irse expulsado. El padre de Lito, el entrenador finalmente, temió quedarse con diez hombres. Entonces, cansado de que Moyanito no le diera bola, pidió su reemplazo. Y entré yo, que estaba en el banco merecidamente. Moyanito no quería irse de la cancha y tardó como media hora en cruzar la línea lateral, haciendo cortes de manga a los grupos familiares presentes. Me contaron que al salir quiso trompearlo al padre de Lito; “Ma´qué entrenador ni mierda” gritaba. Y reclamaba que su fútbol duro, de guapos, era el que nos había llevado a la final y ahora se les ocurría cambiarlo por el tiki tiki (ya lo dije, antes se decía “la máquina”).
Como la mayoría apoyábamos al entrenador él nos decía “chupamedias”; si fuera hoy nos diría “Chirolitas”. Pero para nosotros el entrenador era más que Moyanito.
Lo estoy viendo con nostalgia. Se quedó apartado rumiando rencores y diciendo que lo querían marginar los maricones hijos de empleados, que si no fuera por él se hubieran dejado cagar a patadas por cualquiera “¿Así que llegó la hora de jugar al fútbol técnico y se terminó el fútbol bárbaro y plebeyo, el mío?” se lamentaba usando esas dos palabras que muchos años después usaría Beatriz Sarlo con tardío gorilismo. Faltando unos minutos, nuestro equipo hizo un gol de jugada aprendida. La tocamos todos, y el nueve entró al arco con la pelota en el empeine. Ganamos la copa. Moyanito, que tanto había ayudado a obtenerla, se fue desairado. Dicen que lo oyeron negar al equipo y que parecía del equipo contrario. Sarlo diría que era bárbaro y plebeyo. Para él su fútbol de lucha y de codazos era superior al del tiki –tiki.
DIARIO REGISTRADO, 07/02/2012
“Moyanito” no quiso seguir celebrando con nosotros
Orlando Barone // Martes 07 de febrero de 2012 | 18:11
Comentá primero!
Para retratar a “Moyanito” con justicia, no hay que limitarlo solamente a su mala actuación aquella vez que casi nos hizo perder el partido y se fue puteando de la cancha. Sería injusto caerle por esa triste contradicción al que más hacía por ganar los partidos interbarriales. Moyanito- no sé si se llamaba Germán, o qué otro nombre- jugaba para otro equipo de fútbol de atrás de las vías. Equipo de hijos de obreros textiles y de la fábrica de caños Silbert, que se diferenciaba de nuestro equipo en que éramos hijos de empleados bancarios , de Luz y Fuerza, o de dueños de tornerías, y que nunca jugábamos descalzos; como sí jugaba a veces Moyanito que tenía en las plantas de los pies una sobresuela digna de Grimoldi.
Al fútbol, lo que se dice fútbol, Moyanito no jugaba: luchaba, corría, sudaba. Puteaba. Y en ese loco afán te daba bien abajo en los tobillos. Para mí él infundía respeto, para otros miedo; aunque lo de miedo pocos querían reconocerlo. Él jamás entendería el tiki tiki aunque entonces no existía, pero sí existía querer jugar como la máquina de Ríver. Cuando Ríver era una máquina y aún no había llegado a carretilla.
Lo cierto es que el equipo de Moyanito nos ganaba siempre. Su pegada con pelota parada era tan mortal que le decían Bernabé; y si fuera por como les hacía zancadillas a los rivales un milímetro afuera del área le hubieran llamado “Comisario” o “Hacha Brava”, apodos que se usaron años después.
Moyanito era una leyenda del fútbol, aunque más que jugar al fútbol lo sufría. Su leyenda era fundada. Su equipo no era el mejor pero ganaba. Y como era de nuestro mismo barrio su leyenda nos concernía. Fue al padre de nuestro jugador estratega –Lito el cinco, el multipuesto- al que se le ocurrió formar un seleccionado mixto entre los de atrás de las vías y los de adelante, nosotros. El padre de Lito quería formar un Barcelona contando con el equipo de su hijo y, de ellos, solo a Moyanito y algún otro como suplente. Lo hizo y así sí punteamos un campeonato invictos hasta el último partido; la final contra un equipo armado en el cual se lucían algunos que integraban las inferiores de Excursionistas y Defensores de Belgrano. Tenían más hándicap que el de un equipo de polo argentino comparado al de uno de Dubai. El padre de Lito, me acuerdo, alentó y le agradeció a Moyanito toda la garra que había puesto y ese gol de media cancha de tiro libre con el que nos había hecho ganar un partido empatado en cero, que si íbamos a penales hubiéramos perdido: porque nuestro arquero era tan petiso que si se las ponían por arriba las contemplaba desde abajo. Ahí, en esa final, fue donde Moyanito fue perdiendo su leyenda. Su naturaleza lo pudo, y él nunca pudo ser Moyano y se quedó en el diminutivo. Seguramente daba patadas hasta en el sueño y pedirle que se adaptara a la estrategia era pedirle que no soñara. Y por más que se le dijera que el referí era muy severo con las faltas, que no había que escupir a los rivales porque los organizadores ya estaban sobre aviso, Moyanito no pudo traicionarse a si mismo. Dio patadas, planchazos, usó codos y rodillas, porque así devolvía y vengaba la de los enemigos que eran brutales. Pero ya no hacían falta porque nuestro equipo, jugando limpio, estaba jugando fenómeno. Al tercer foul que dejó tirado al capitán de los contrarios, un duro espamentoso de country cuyo padre tenía auto, Moyanito ya estaba para irse expulsado. El padre de Lito, el entrenador finalmente, temió quedarse con diez hombres. Entonces, cansado de que Moyanito no le diera bola, pidió su reemplazo. Y entré yo, que estaba en el banco merecidamente. Moyanito no quería irse de la cancha y tardó como media hora en cruzar la línea lateral, haciendo cortes de manga a los grupos familiares presentes. Me contaron que al salir quiso trompearlo al padre de Lito; “Ma´qué entrenador ni mierda” gritaba. Y reclamaba que su fútbol duro, de guapos, era el que nos había llevado a la final y ahora se les ocurría cambiarlo por el tiki tiki (ya lo dije, antes se decía “la máquina”).
Como la mayoría apoyábamos al entrenador él nos decía “chupamedias”; si fuera hoy nos diría “Chirolitas”. Pero para nosotros el entrenador era más que Moyanito.
Lo estoy viendo con nostalgia. Se quedó apartado rumiando rencores y diciendo que lo querían marginar los maricones hijos de empleados, que si no fuera por él se hubieran dejado cagar a patadas por cualquiera “¿Así que llegó la hora de jugar al fútbol técnico y se terminó el fútbol bárbaro y plebeyo, el mío?” se lamentaba usando esas dos palabras que muchos años después usaría Beatriz Sarlo con tardío gorilismo. Faltando unos minutos, nuestro equipo hizo un gol de jugada aprendida. La tocamos todos, y el nueve entró al arco con la pelota en el empeine. Ganamos la copa. Moyanito, que tanto había ayudado a obtenerla, se fue desairado. Dicen que lo oyeron negar al equipo y que parecía del equipo contrario. Sarlo diría que era bárbaro y plebeyo. Para él su fútbol de lucha y de codazos era superior al del tiki –tiki.
DIARIO REGISTRADO, 07/02/2012
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